lunes, 8 de noviembre de 2010

Julio Ramón Ribeyro

(Lima, 1929 - 1994) Escritor peruano, figura destacada de la llamada Generación del 50 y uno de los mejores cuentistas de la literatura hispanoamericana del siglo XX.
Realizó sus estudios escolares en el Colegio Champagnat de Lima, para posteriormente ingresar a la Universidad Católica del Perú (1946), donde siguió estudios de Letras y Derecho. Abandonó los estudios jurídicos en 1952, cuando se encontraba en el último año de la carrera, al recibir una beca para estudiar periodismo en Madrid, adonde se trasladó en noviembre del mismo año.
En julio de 1953, y después de ganar un concurso de cuentos convocado por el Instituto de Cultura Hispánica, viajó a París para preparar una tesis sobre literatura francesa en la Universidad La Sorbona, pero de nuevo decidió abandonar los estudios y permanecer en Europa realizando trabajos eventuales, y alternando su estancia en Francia con breves temporadas en Alemania (1955-56, 1957-58) y Bélgica (1957).

Julio Ramón Ribeyro
En 1958 regresó al Perú, y en septiembre del año siguiente viajó a la ciudad de Ayacucho, para ocupar el cargo de profesor y director de extensión cultural de la Universidad Nacional de Huamanga. En octubre de 1960 regresó a Francia. En París trabajó como traductor y redactor de la agencia France Presse (1962-72). En 1972 fue nombrado agregado cultural peruano en París y delegado adjunto ante la UNESCO, y posteriormente ministro consejero, hasta llegar al cargo de embajador peruano ante la UNESCO (1986-90).
Hacia 1993 se estableció definitivamente en Lima. En su país fue distinguido con el Premio Nacional de Literatura (1983) y el Premio Nacional de Cultura (1993), habiendo sido galardonado también en 1994 con el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo, uno de los galardones literarios de mayor prestigio en el ámbito cultural hispanoamericano.
La obra de Julio Ramón Ribeyro
Ribeyro es un narrador perteneciente a la Generación del 50, un grupo de escritores que buscó una renovación en la narrativa peruana, y que tuvo como tema preferente la descripción de los cambios producidos en la sociedad limeña, que comenzaba a sufrir por esos años un acelerado proceso de modernización.
Considerado uno de los mejores cuentistas hispanoamericanos, entre los volúmenes de cuentos que publicó destacan Los gallinazos sin pluma (1955), Cuentos de circunstancias (1958), Las botellas y los hombres (1964), Tres historias sublevantes (1964), La juventud en la otra ribera (1973) y Sólo para fumadores (1987), que fueron reunidos en las recopilaciones La palabra del mudo (4 vols., 1973-92) y Cuentos completos (1994).
El espacio acotado por el autor es el de una burguesía limeña empobrecida, aunque incursiona a veces en ambientes marginales, manteniendo el esquema básico de la expectativa frustrada de los personajes, burócratas, seres grises y olvidados, sin voz, víctimas de la trama cruel de la expansión urbana y de una incipiente modernización. El trasfondo de estos relatos, a juzgar por la intención del narrador, es mostrar el fin del orden aristocrático en manos de una burguesía pragmática y vulgar.
En sus cuentos se percibe una constante argumental cíclica: el examen del entorno social y humano, que ratifica la certidumbre del fracaso de cualquier empeño; sus personajes, al final de cada historia, se encuentran siempre enfrentados a la frustración. Construyó así un mundo de poderosa coherencia interna, un universo dominado por un profundo escepticismo y un fatalismo derivados de la observación de la realidad. Este supuesto sustenta la sólida lógica interna de su cuentística, aun cuando es posible encontrar en ella matices de intensidad y tono. Cabe agregar que cultivó también relatos de corte fantástico, de excelente factura, pero que componen un conjunto menor.
Las fuentes literarias de Ribeyro se encuentran en los cauces del realismo del siglo XIX, y especialmente en la escritura de G. de Maupassant. A eso se debe, probablemente, que nunca se haya esforzado en ocultar una abierta preferencia por la concepción tradicional de la estructura y el lenguaje narrativos. Dueño de un estilo austero, calificado como tradicional por su afinidad con los modelos clásicos, evitó las técnicas experimentales de la novela moderna. Sin embargo, pese a este aparente conservadurismo formal, sus cuentos fueron una contribución decisiva para consolidar el paso de la narrativa indigenista a la narrativa urbana en el Perú.


Los Gallinazos Sin Plumas
Con magistral talento, Julio Ramón Ribeyro nos cuenta la historia de Efraín y Enrique, dos niños explotados por un abuelo inescrupuloso, que los obligaba a rebuscar la basura en busca de comida para su marrano. Cada día, muy de mañana, Don Santos poniéndose su pierna de palo, despertaba a sus nietos para que salieran a la calle con sus cubos; en busca de desperdicios para Pascual, el cerdo que engordaba en el chiquero.Cual gallinazos sin plumas, Enrique y Efraín se perdían en la húmeda ciudad para vaciar los botes de basura y escoger los desperdicios que eran el deleite del animal que se había convertido en un monstruo insaciable. Cada vez, el abuelo les exigía traer mayor cantidad de comida; de lo contrario, estallaba en cólera y los llenaba de insultos. Obligados fueron a rebuscar el muladar cercano al mar, donde los gallinazos y los perros se desplazaban como hormigas, en medio de un olor nauseabundo. Allí había suficiente comida para Pascual. Pronto los dos chicos se convirtieron en parte de la extraña fauna que se hundía en el fango para sobrevivir.
En una de esas idas y venidas Efraín se cortó el pie con un vidrio. La infección lo tumbó a la cama con fiebre alta e hinchazón. Lejos de preocuparse, el abuelo lo siguió obligando a salir de madrugada, pero el dolor y la fiebre lo hizo volver a casa con su hermano. Don Santos lo tiró a la cama y ordenó a Enrique trabajar por el enfermo.
Fue en el muladar, donde Enrique encontró a Pedro, un perro escuálido y medio sarnoso, que lo siguió hasta la casa. El abuelo se molestó mucho, pero terminó aceptándolo cuando le dijo que tenía buen olfato para la basura. Desde ese día, Pedro, se convirtió en fiel guardián de Efraín que no se podía levantar por la fiebre.
Salir muy temprano al mar, hizo que Enrique también enfermara. La tos y la fiebre hicieron presa de él y tampoco se pudo levantar. La furia del abuelo creció al igual que el hambre de Pascual. El viejo intentó salir, pero su pata de palo le impedía llegar antes que el camión de basura para rebuscar los desperdicios. Como castigo, dejó sin comida a los chicos enfermos.
Los gritos de hambre del cerdo hizo que el abuelo levantara a palazos a los niños y obligarlos a traer comida. Enrique reaccionó y le pidió que dejara a su hermano en casa. Él sólo iría a traer comida, el perro se quedaría para cuidar a Efraín. Al regresar, buscó a Pedro que no respondía a su llamado. Un presentimiento terrible se apoderó del muchacho, cuando Efraín le contó que había mordido al abuelo. Corriendo llegó al chiquero y vio parte del rabo y las patas de su perro que devoraba el marrano insaciable. Lleno de ira y dolor inquirió al abuelo por su proceder. El viejo no decía nada; el chico estaba fuera de sí y golpeó con la vara manchada de sangre de Pedro, la cara del abuelo. Arrepentido por lo que había hecho, lanzó la vara al vacío. Don Santos tocó tierra húmeda con su pata de palo y cayó de espaldas al chiquero donde Pascual lo esperaba ansioso. Por primera vez llamó a su nieto con dulzura, pero Enrique no quería escucharlo. Se fue directamente al cuarto de su hermano y estrechándolo contra su pecho, cruzó lentamente el corralón, rumbo al muladar cercano al mar, para que, cual gallinazos sin plumas, pudieran sobrevivir rebuscando en el fango y la inmundicia.

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